viernes, 2 de septiembre de 2011

DOS DE SEPTIEMBRE

Nada que los ojos
no hayan pronunciado.
Nada
que devaste tanto
como el prolongado silencio
de la luz tibia.

La estancia queda muerta
-o quizás-
más que muerta, abandonada.

Te creería aquí, si te viera,
si tu mano sobre mi mano,
me mostrasen un mundo menos canalla.

Nada queda en el ser humano
que me conmueva.
No creo en ninguna de sus verdades;
nunca son ciertas.

Ciérrame los ojos
y apágame los pulmones.